La mascarilla ya venció a otras pandemias: ¿Deberíamos seguir usándola contra la gripe?

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El uso de la mascarilla, aunque es nuevo en nuestro país y su uso se ha limitado a la pandemia del coronavirus, lo cierto es que antes del SARS-CoV-2 ya estaba muy extendido en un buen puñado de países en todo el mundo.

Fue en China donde se desarrolló su uso en 1910 y se acabó extendiendo al mundo entero. Y su origen se debe, como ahora, al intento de frenar una enfermedad que acabó prácticamente con la población de la gran ciudad de Harbin.

Fueron decenas de miles los fallecidos en toda la región noreste de China a causa de un virus que provocaba a los afectados toser sangre y una afección dermatológica notable en su piel.

El gobierno y las autoridades sanitarias no sabían la manera de frenar esa epidemia y la idea de las mascarillas provino de la mente preclara del Doctor Wu Lien-Teh, un joven y brillante médico chino educado en Cambridge de la Malaya británica. Un científico de reconocido prestigio que asemejó, tras realizar varias autopsias, la bacteria causante de ese virus desconocido a la que había acabado con millones de personas a causa de la peste bubónica.

El origen de la mascarilla

La conocida como plaga de Manchuria se empezó a tratar como una enfermedad respiratoria y el Doctor Wu Lien-Teh pidió a toda la población el uso de mascarillas.

Hasta ese momento parte del personal médico como los cirujanos utilizaban mascaras hechas de un taco de algodón y envueltas en una gasa. Wu sumó a ese «dispositivo» otros protectores faciales y los extendieron por toda la población.

En tan solo cuatro meses después de tomar aquella decisión, la epidemia había desaparecido de Manchuria.

Ese hito histórico cambió la medicina y la gestión epidémica, ya que se adoptó en todo el mundo el uso de mascarillas.

El Doctor Wu Lien-Teh fue considerado desde entonces «el hombre detrás de la máscara» aunque, como dice la historia, ya se había identificado en otros lugares del mundo, antes de 1910 y antes de la llegada de Wu a Manchuria, el uso de mascarillas.

Una realidad que entonces se comprendió como una victoria social del mismo modo que en ese mismo país, China, se entendió como éxito conjunto tras la explosión en 2002 y 2003 de la epidemia de SARS.

La mascarilla del Doctor Wu

La propuesta sanitaria de Wu se basó en una idea de la época victoriana utilizada en occidente. Allí se hacía uso de mascarillas diseñadas por capas acolchadas de algodón y gasas, y terminadas con cuerdas para que quien la portara pudiera ajustársela a la cabeza.

Un invento sencillo y realmente barato de fabricar que fue utilizado posteriormente en los espacios públicos durante los diferentes brotes que el país vivió de meningitis y de cólera.

Ruth Rogaski, historiadora médica de la Universidad de Vanderbilt que se especializa en estudiar la dinastía Qing y la China moderna, señala en declaraciones a medios estadounidenses, que «las epidemias pueden servir como puntos de inflexión, oportunidades para repensar, modernizar e incluso revolucionar los enfoques de la salud».

Una situación que quizás también ha sucedido ahora en todo el mundo, después de sufrir los estragos de la pandemia de COVID-19. Y una de las lecciones más importantes que ojalá hayamos aprendido en este largo tiempo de sufrimiento es la necesidad del uso de mascarillas. Y no solo para contener la Covid-19, si no para repensar de cara al futuro cómo actuamos. Sobre topdo ahora, que nos enfrentamos a la amenaza de los resfriados y la gripe.

Una protección con eficacia probada

Después de más de un año pegados a las mascarillas para cualquier movimiento, ya nos han dicho que no es necesario llevar las mascarillas por la calle. Y sin embargo su uso está tan interiorizado, nos da tanta sensación de seguridad, que son, o somos, muchas las personas que seguimos con ella.

Durante todo este tiempo hemos usado mascarillas higiénicas, FFP2, FFP3… de tela, lavables… y hemos acabado sabiéndolo todo sobre cómo colocarlas, cuánto duran, cuáles son mejores según para qué…

Pero llegado a este punto, la pregunta que muchas personas se heacen es: ¿Realmente deberíamos dejar de usar la mascarilla aunque la amenaza de la COVID-19 ya parezca pequeña?

¿Debemos seguir usándola, ahora contra la gripe

Lo mejor para cualquier respuesta tanto en ciencia como en medicina, la dan los datos. Y los datos confirman que el uso de mascarilla durante este último invierno ha permitido acabar de un modo radical con la gripe en España, entre otras enfermedades y virus.

Son solo 12 los casos de gripe que ha detectado el país durante toda la temporada de gripe.

12 casos contra los más de 619.000 de la campaña anterior. Con 27.700 hospitalizados de los que 1.800 acabaron en la UCI y unos 4.000 fallecieron. Y no fue un caso aislado de nuestro país, sino una constante en toda Europa y en el mundo.

El Sistema de Vigilancia de Gripe en España (SVGE), que está conformado por epidemiólogos y virólogos, el Centro Nacional de Epidemiología (CNE) y el Centro Nacional de Microbiología (CNM) del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), ha sido claro en su consejo. Y la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló en uno de sus informes:

«Las diferentes medidas de higiene y distanciamiento social implementadas por los Estados Miembros para reducir la transmisión del virus SARS-CoV-2, muy probablemente hayan contribuido a reducir la transmisión del virus de la gripe».

Por eso, y con las cifras en la mano, tal y como pasa en otros países, especialmente en el continente asiático, podríamos decir o desear que el uso de la mascarilla, aunque sea en momentos específicos del año, puede haber llegado para quedarse.

Y si tenemos en cuenta que médicamente se considera que la temporada de gripe va de la semana 40 de un año a la semana 20 del siguiente. Es decir, desde el 4 de octubre pasado hasta mediados del próximo mes de mayo, quizás sería bueno mantener la mascarilla en sitios cerrados o con grandes aglomeraciones, esta vez para frenar el paso a la gripe.